Ansiedad y Depresión: Viviendo en Hard Mode (Parte I)

"El pasado es un rompecabezas, como un espejo roto. Mientras lo vas armando, te cortas. Tu imagen sigue cambiando, y tú cambias con ella." - Max Payne (Max Payne)

 

Abordar ciertos temas puede resultar un desafío enorme, y personalmente este ha sido uno de los más complicados. Durante mucho tiempo me costaba encontrar las palabras precisas para expresar mis emociones. El temor a ser malinterpretado o preocupar a mis seres queridos me frenaba. No obstante, he decidido compartir mi vivencia en la esperanza de que mis palabras puedan motivar a otros a superar los momentos difíciles por los que pasé en algún momento de mi vida. Además, promover una mejor comprensión y apoyo hacia un tema que afecta a muchas personas en diferentes etapas de sus vidas. A menudo este asunto se esconde o minimiza su importancia debido al estigma y la falta de comprensión que lo rodea. Por ello, mi objetivo es ofrecer consuelo a aquellos que enfrentan estos desafíos en silencio y contribuir a una conversación más abierta y sincera.

El trastorno de ansiedad es una sensación constante de miedo e incertidumbre ante una amenaza que aún no ha ocurrido, desencadenando pensamientos aterradores y un fuerte impactó fisiológico. Según la Asociación Americana de Ansiedad y Depresión (ADAA), el trastorno de ansiedad es la enfermedad mental más común en los Estados Unidos afectando a más 40 millones adultos cada año, y es un mecanismo de supervivencia que forma parte que nos permite anticiparnos a peligros potenciales. Sin embargo, se convierte en un problema cuando el cerebro interpreta cualquier acción cotidiana como un peligro, incluso días antes de llevarla a cabo.

Según el Dr. Charles Nemerof, psiquiatra y especialista en desordenes de ansiedad, “esto puede ser debilitante y afectar tanto el bienestar emocional como el físico”. No hay un estándar para sentir ansiedad, es decir, puede manifestarse desde una situación importante hasta salir a divertirse con amigos, salir a comprar pan o simplemente por ser uno mismo. Estudios indican que alrededor del 18 % de la población mundial ha sufrido algún tipo de trastorno de ansiedad.

La incomprensión sobre lo que está ocurriendo y la necesidad de evitar que se repita, pueden generar pensamientos intrusivos y buscar el aislamiento como solución. Sin la ayuda de terapia adecuada, se corre el riesgo de perder la tranquilidad y la claridad mental, viviendo en un estado constante de ansiedad donde resultará difícil centrarse y llevar a cabo lo que deberías o querrías.

La ansiedad te susurrará constantemente al oído que eres incapaz, que aquello que solías hacer ya no puedes hacerlo, y, que por más que te esfuerces, todo saldrá mal. Limita tanto que hasta lo que siempre te ilusionaba y animaba, ya no lo hace. Solo anhelas escapar, huir, esconderte y esperar que todo pase. No obstante, refugiarte de esta manera solo intensifica la sensación de vacío y desamparo.

Al principio pensé que lo mío solo era estrés. Pero al darme cuenta que no desaparecía con el tiempo, comencé a cuestionarme qué ocurría. Realizar cualquier tarea se volvió una odisea y mantener la concentración en algo por más de 20 minutos, ya sea viendo una película o una serie resultaba extremadamente difícil, y ni hablar de cumplir obligaciones laborales. Empecé a aislarme, y también comencé a perder el sueño. Había días que no dormía y otros que me costaba levantarme de la cama. 
 

 

Cuando me di cuenta que mi vida se había sumergido en un ciclo negativo del cual no podía salir a pesar de ser consciente de lo que me ocurría, tomé la decisión de consultar a un psicólogo, quién tras varias preguntas y observarme detenidamente a los ojos me dijo: “Tienes depresión. Sin embargo, no hay de qué preocuparse, basta con dejar de estar triste y ¡listo!, problema resuelto”, y fue así como logré superar mi depresión.

Dejando el chiste de lado, lamentablemente, y a pesar de mi deseo de que se fuera con tal facilidad, no funciona así. La depresión no se limita únicamente a la tristeza, aunque frecuentemente estén entrelazadas ambas emociones en muchas situaciones. Mientras regresaba a casa, reflexionaba sobre el diagnóstico que me había dado porque mi idea de la depresión era la que nos muestran en películas o series: llorar constantemente, tener cara deprimida todo el día, quedarse en posición fetal en una esquina del baño pensando que la vida es una mierda o haber sufrido un evento traumático o la pérdida de un ser querido. Por suerte para mí, ninguna de esas situaciones se aplicaba a mi caso.

A pesar de tener dudas sobre su diagnóstico decidí asistir a una segunda cita para obtener más claridad al respecto. Recuerdo que durante la consulta me preguntó si podía recordar momentos en los que me sentía mejor y descubrí que en todos esos recuerdos el común denominador era el alcohol. Resulta que, cuando tomaba no me sentía tan mal emocionalmente porque actuaba como un desinhibidor, y me ayudaba a dejar de pensar en mis preocupaciones momentáneamente.

Además, como no afectaba en mi rendimiento laboral no lo consideraba un problema relevante. Sin embargo, aunque no me lo prohibió, sí me advirtió que la depresión y las adicciones suelen estar vinculadas entre sí. Cuando las personas se dan cuenta que solo se sienten bien al consumir alcohol, lo hacen cada vez más seguido y la situación después empeora.

Esto me hizo reflexionar sobre buscar formas más saludables para manejar mis emociones. Comencé a explorar opciones como hacer ejercicio y practicar la meditación. Estas actividades no solo me ayudaron a reducir el estrés, también me dieron una sensación de control y bienestar sin depender de sustancias externas. Descubrí que lo importante no era simplemente adormecerme, sino desarrollar herramientas para conectar con mis emociones de manera más consciente y genuina.

Sin embargo, a pesar de haber comenzado a buscar maneras más saludables de manejar mis emociones, todavía existía una falta de comprensión por parte de las personas más cercanas e importantes para mí. Recuerdo que al mencionar a algunos amigos que estaba lidiando contra la depresión, su reacción fue similar a la que yo mismo tenía: “Cómo vas a sufrir de depresión. Tienes una familia y amigos que te quieren, una novia que te ama, vives en un buen lugar, tienes un buen carro y un trabajo que te gusta. No tienes motivos para estar deprimido”. A pesar de ello, cada mañana me despertaba con “ganas de comerme el mundo”, y luego experimentaba una sensación de desánimo sin una causa clara aparente. Este constituye uno de los desafíos más grandes: resulta sumamente complejo identificar a alguien que padece depresión porque en muchas ocasiones, ni la persona misma es consciente de su padecimiento.

La depresión no siempre es evidente o fácil de reconocer. Sin embargo, no significa que no sea real. En la siguiente parte abordaré cómo los videojuegos y otras herramientas se convirtieron en una fuente inesperada durante mi proceso de recuperación.

 

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Tomas Carrillo

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