“Todos hacemos elecciones, pero, al final, nuestras elecciones nos hacen a nosotros”. – Andrew Ryan (Bioshock)
En la actualidad, los videojuegos suelen ser objeto de duras críticas, señalados no solo por ser una influencia negativa en el comportamiento y el desarrollo social, también por su alegada responsabilidad en diversos problemas de salud mental. Comentarios como "Los videojuegos provocan ansiedad, depresión y epilepsia", "Grand Theft Auto incita a la agresividad" o "Call of Duty enseña a los jóvenes a matar" reflejan un miedo persistente hacia esta forma de entretenimiento. Todos estos discursos comparten un mismo enfoque: los videojuegos son negativos, adictivos, perjudiciales y peligrosos.
El verdadero problema no es la falta de un control más estricto sobre la venta de armas en USA, ni la irrespirable competitividad que nos inculcan desde pequeños, ni las larguísimas jornadas laborales que nos impiden estar con nuestros hijos y enseñarles valores importantes. ¡NO! El problema nunca tiene que ver con nosotros; para eso están los videojuegos, para asumir la carga y liberarnos de culpa, para hacernos dormir tranquilos. Estos puntos de vista a menudo ignoran las complejidades y contextos en los que los videojuegos experimentan. Las preocupaciones sobre la influencia de los videojuegos pueden estar motivadas por un deseo de encontrar un chivo expiatorio para problemas más amplios y estructurales, como la violencia armada y la competencia desmedida en la sociedad.
Siempre me he preguntado, ¿por qué no está mal visto quedarse en casa para ver toda una temporada de tu serie favorita, pero sí se critica si inviertes el mismo tiempo jugando tu videojuego favorito? o ¿por qué no eres demasiado adulto para ver una serie o una película, pero sí para jugar un videojuego? o ¿Por qué no te considerarías un experto en thrillers por ver una película de Hitchcock o David Fincher, o en cine narrativo por ver una película de Kurosawa o Ciudadano Kane, pero sí te atreves a lanzar un juicio sobre los videojuegos por jugar a Candy Crush? Aclaro, mi intención con esto no es otra que demostrar el valor intrínseco de una industria que crece a un ritmo acelerado, no poner en duda el valor cultural del cine, la música u otras industrias creativas.
Sinceramente, no recuerdo el momento exacto en que toqué el botón de encendido en una consola por primera vez, tampoco por qué me empezaron a gustar los videojuegos; son imágenes tan borrosas como mi primera caída en bicicleta. Lo que sí tengo muy claro es que, a través de ellos, se crearon mis primeros vínculos de amistad. Uno de mis primeros grandes amigos lo conocí de una manera inesperada. Era la época del Super Nintendo y Sega Genesis, teníamos mucho tiempo libre, pero como no nos compraban todos los juegos que queríamos, el intercambio entre amigos se volvió una práctica común.
Recuerdo que un día llegó a mi casa buscando recuperar su videojuego, que había pasado por varias manos antes de llegar a mí. Él lo había cambiado con un amigo, y este a su vez con otro, y así sucesivamente, hasta que, después de al menos ocho intercambios, terminó en mis manos. Mientras intentaba recuperar su juego y yo el mío, empezamos a conocernos, y a partir de ese momento, se forjó una amistad que duraría años. Sin embargo, no fue la única amistad que me dieron los videojuegos. Años más tarde, otra gran amistad nació gracias a ellos, una que hoy en día forma parte de BeGamers.
El escritor alemán Jean Paul Friedrich Richter dijo: "Los recuerdos son el único paraíso del cual no podemos ser expulsados". Para mí, pensar en videojuegos es recordar a mi abuela llamando "Nintendo" a todas las consolas, es evocar los lazos de amistad que he forjado gracias a ellos, es rezar para que el PlayStation leyera el CD y pasara de la pantalla blanca a la negra, es escaparme a Betatonio después del colegio para alquilar Double Dragon y luego ser regañado en mi casa por no avisar dónde estaba, es ir a Videoplay a jugar "maquinitas", entre muchas otras vivencias. Tal vez eso es lo que tiene ser niño: la capacidad de sorprenderse con cada cosa. Lo que quiero decir con esto es que los videojuegos siempre han estado ahí, acompañándome.
A medida que avanzo en este viaje, me doy cuenta de que los videojuegos no solo han sido un pasatiempo o una fuente de entretenimiento; han sido mi refugio. Pero mi historia no es única. Los videojuegos han tocado millones de vidas, y su impacto ha resonado más allá de las pantallas, moldeando nuestra cultura y redefiniendo lo que significa conectarse con el mundo.
El poder de los videojuegos radica en su capacidad para crear momentos que trascienden el tiempo, recuerdos que nos acompañan y cicatrices que nos recuerdan las batallas que hemos librado, tanto dentro como fuera del juego. Porque, al final del día, los videojuegos son más que historias virtuales; son reflejos de nuestras propias luchas.