“Todos hacemos elecciones, pero, al final, nuestras elecciones nos hacen a nosotros”. – Andrew Ryan (Bioshock)

En la actualidad, los videojuegos suelen ser objeto de duras críticas y son señalados de influir negativamente en el comportamiento y el desarrollo social de las personas, además de contribuir en diversos problemas de salud mental. Frases como “Los videojuegos causan ansiedad y depresión" o “Grand Theft Auto promueve la agresividad" o “Call of Duty enseña a los jóvenes a matar", reflejan un temor constante hacia este tipo de entretenimiento. Todos estos discursos coinciden en un punto común: los videojuegos son negativos, adictivos, peligrosos y perjudiciales para la salud.
Este tipo de aseveraciones no son nuevas, a lo largo de la historia se ha apuntado a diversas expresiones culturales como responsables de los problemas sociales: el rock en los años 60s, el cine violento en los años 80 o incluso los cómics en la década de los 50s. Al ser una de las formas de entretenimiento más populares entre los jóvenes, los videojuegos han sido objeto de juicios simplistas. En vez de investigar las raíces profundas de los desafíos que confrontamos como sociedad; tendemos a enfocarnos en lo más evidente o desconocido; sobre todo cuando provoca temor o confusión en generaciones que no se criaron en este entorno tecnológico en particular; evitando así reflexionar internamente y poner en duda las estructuras que probablemente sean la causa real de nuestras crisis sociales.
Casos como el ocurrido en Estados Unidos donde después de un tiroteo en una escuela los titulares suelen mencionar rápidamente que el agresor jugaba videojuegos violentos, siendo esta la única prueba que necesitan algunos para establecer una conexión directa, sin considerar que millones de personas juegan los mismos juegos sin ninguna consecuencia violentas.
El problema no radica en la necesidad de una regulación más estricta en la venta de armas en Estados Unidos, ni en la irrespirable competitividad que les inculcan a los niños desde pequeños o las extenuantes jornadas laborales que impiden que los padres pasen tiempo con sus hijos. ¡NO! El problema rara vez nos involucra, para eso están los videojuegos, para liberarnos de culpas y permitirnos conciliar el sueño tranquilamente. Estas perspectivas a menudo pasan por alto las complejas realidades y contextos en los que se desenvuelven. Las preocupaciones sobre el impacto de los videojuegos pueden estar motivadas por un deseo de encontrar un chivo expiatorio para problemas más amplios y estructurales.
Siempre me ha llamado la atención cómo se aceptan de manera abierta ciertas formas de entretenimiento mientras que otras siguen siendo miradas con recelo. Es interesante ver cómo nadie cuestiona dedicar largas horas a ver una serie completa en casa; sin embargo, se percibe como inmaduro destinar el mismo tiempo a jugar videojuegos. Disfrutar del cine de autor puede elevar tu estatus cultural, pero jugar videojuegos narrativos no te otorgará necesariamente ese mismo reconocimiento social. Resulta sorprendente cómo hay personas que emiten juicios rápidos sobre toda la industria de los videojuegos basándose únicamente en títulos casuales, sin tomarse la molestia de explorar la verdadera riqueza creativa que este medio ofrece realmente. No es mi intención menospreciar el cine o la música u otra forma de expresión artística; sino afirmar que los videojuegos también deben ser considerados legítimamente dentro de esa conversación cultural.
El escritor alemán Jean Paul Friedrich Richter afirmó una vez que: “El recuerdo es el único paraíso del que no se nos puede expulsar”. Para mí, pensar en videojuegos es traer a la mente recuerdos entrañables como escuchar a mi abuela llamando “Nintendido” a todas las consolas, aun sabiendo como se decía con la única intención de ‘mamarme gallo’, o revivir los lazos de amistad que he construido gracias a ellos, o escaparme de la ruta del colegio para ir a Betatonio alquilar un juego, o ir a Videoplay para jugar “maquinitas”, entre muchas otras experiencias vividas. Quizá esa sea la magia de ser niño, la capacidad de maravillarse ante cada pequeña cosa. Lo que intento expresar es que los videojuegos siempre han estado ahí para acompañarme.
Mientras avanzo en este viaje, me doy cuenta que los videojuegos no solo han sido un entretenimiento, también un refugio, y su influencia se ha extendiendo más allá de las pantallas, modelando nuestra cultura y redefiniendo lo que significa conectar con el mundo.
El poder de los videojuegos radica en su capacidad para generar experiencias que perduran en el tiempo, recuerdos imborrables y marcas que nos hablan de las batallas libradas, tanto dentro como fuera del juego. Porque al final del día, los videojuegos son más que historias virtuales; son reflejos de nuestras propias luchas.