“Las cicatrices nos recuerdan dónde hemos estado. No tienen que dictar hacia dónde vamos.” – Master Chief (Halo 3)
Los recuerdos son una forma de aferrarte a lo que amas, a lo que eres, a lo que no quieres perder. Para quienes no lo sepan, el E3 fue la feria de videojuegos más importante del sector, el lugar donde las empresas más importantes hacían sus grandes anuncios, el escaparate que elegían para mostrar sus nuevos proyectos, un lugar con una atmósfera más propia de un concierto de ‘rock' que de un evento tecnológico, y, aunque los últimos años había perdido fuelle gracias a la aparición del streaming, es innegable que por mucho tiempo fue el Super Bowl de la industria.
De entre todos los E3, el de 2015 fue el más significativo para mí. Ese año estuvo cargado de títulos que apelaban a los gamers de antaño. Fue el E3 de ‘la santísima trinidad’ como se le denominó. En el que apareció después de muchos rumores el esperado The Last Guardian de Fumito Ueda; Shenmue 3, que en ese momento estaba solicitando fondos a través de una estrategia de Kickstarter con una meta de 2 millones de dólares, que eventualmente alcanzaría casi 6.5 millones luego de que más de 69,000 patrocinadores contribuyeran con el proyecto.
Sin embargo, lo más relevante de esa feria fue el anuncio de Final Fantasy VII Remake. Nadie sabía nada sobre su regreso, y la incredulidad se apoderó de la sala cuando, en el tráiler, comenzaron a aparecer los nombres de las figuras clave en el desarrollo del juego original, acompañados de una narrativa cautivadora: 'Quizás no fue más que una ilusión, pero después de una larga calma, no hay indicios de revuelo. La reunión que se avecina puede traer alegría, y también algo de miedo, pero abracemos lo que sea que traiga, porque están regresando. Por fin se ha hecho la promesa'. La emoción alcanzó su punto máximo cuando el logo de la saga desapareció para revelar la palabra 'REMAKE'. La sala explotó en júbilo, y no fueron pocos los que estallaron en llanto, incluyéndome.
Los videojuegos son historias, experiencias de vida. Son productos capaces de generar una conexión pasional con sus usuarios, un vínculo similar al existente entre los espectadores y una película; con una salvedad: en el juego no eres un simple observador, aquí el usuario se compromete con la acción y es el responsable del devenir de los personajes involucrados.
Hace un par de meses, un ‘influencer’ declaró: "Si tienes más de 15 años y juegas videojuegos, estás haciendo algo mal con tu vida." En su argumento, culpaba a los videojuegos de su sobrepeso, problemas oculares y falta de tiempo con su familia y amigos, concluyendo que, al dejarlos, comenzó a vivir en el ‘mundo real’.
Este es, precisamente, el problema: ver el mundo de manera tan simplista. Los videojuegos no te convierten automáticamente en una persona con sobrepeso o antisocial. Sin embargo, es cierto que son una actividad sedentaria. La virtualidad ha logrado acercarnos, pero también distanciarnos en algunos aspectos. Un ejemplo claro es cuando salimos con amigos, pero pasamos más tiempo pendientes del celular que disfrutando del momento.
Recuerdo que hubo un tiempo en que yo mismo me avergonzaba de mi pasión por los videojuegos. Escuché muchas voces que me hicieron creer que era algo de ‘bichos raros,’ de perdedores, y llegué a pensar que disfrutarlos era una debilidad. Me decían que lo 'cool' era el sexo y el alcohol, y terminé creyéndolo. Abandoné los videojuegos y me sumergí en un estilo de vida que no me representaba. No quería ser el ‘bicho raro,’ así que me esforcé por ser el que más salía, el que más bebía y el más mujeriego, todo mientras ahogaba esa voz interna que me susurraba que no encajaba.
No puedo negar que en ese tiempo me divertí mucho, pero al mirar atrás, veo esos años como una época estúpida que solo me dejó culpa y frustración. Fingir ser alguien que no eres es agotador, y, tarde o temprano, esa fachada se desmorona. Como dice Pablo d’Ors: “Es absurdo condenar la ignorancia pasada desde la sabiduría presente”. Por eso, no tiene sentido juzgar lo que hice en ese entonces con la claridad que tengo ahora, pero puedo aprender de ello.
Es completamente posible ser alguien que hace ejercicio, cumple con sus responsabilidades, pasa tiempo con amigos, pareja, y también disfruta de los videojuegos. El verdadero problema surge cuando se desequilibra la balanza: trabajar en exceso sin tiempo para los seres queridos, o compartir con ellos pero descuidar otras áreas de tu vida, también genera problemas. Debemos abandonar esa mentalidad arcaica y reduccionista que solo ve el mundo en blanco y negro.
En mi camino como jugador, aprendí a fijar metas y cumplirlas, habilidades que han trascendido el mundo virtual e influido en mi vida diaria. Los videojuegos son más que simples desafíos; nos entrenan para pensar estratégicamente, tomar decisiones bajo presión y adaptarnos con creatividad a situaciones cambiantes. La perseverancia ante la derrota, la paciencia para aprender de los errores y la visión para planificar el siguiente paso se han convertido en lecciones fundamentales que aplico en cada aspecto de mi vida.
Pero lo más valioso que he descubierto es que, al igual que en los videojuegos, en la vida real no se trata de ganar o perder, sino de cómo enfrentamos cada desafío. Cada experiencia, tanto virtual como tangible, es una oportunidad para crecer, mejorar y seguir adelante, incluso cuando las probabilidades no están a tu favor. Porque no importa cuántas veces caigas, siempre hay una nueva oportunidad para presionar 'reiniciar' y volverlo a intentar con más fuerza.